lunes, 7 de noviembre de 2011

Cantando

(Pintura: Campodónico)

Hoy quiero desparramar
mis contenidas canciones,
por eso en simples renglones
las comenzaré a volcar;
he despertado a cantar
a lo que vivo adorando,
y al ver que todo va ahogando
el crecer del adelanto,
mi recuerdo se hace llanto
mientras escribo cantando.

Le canto a mucho de aquello
que en este suelo es hermoso:
al ombú, al ceibo añoso,
al tala y al sauce bello;
a la guitarra que es sello
de tradición que aún está,
al teru-tero, al chajá
de los campos centinelas,
y le canto a las espuelas
y al gaucho del chiripá.

Canto a la parva, a la trilla,
al primitivo estanciero,
al viejo gaucho puestero,
al rodeo y la tropilla;
canto al poncho y la golilla,
al peón de campo, al baqueano,
a la hermosura del llano,
y a los años que he vivido,
porque ellos me han acrecido
este sentir de paisano.

Le canto a la luz del día,
al sol que nos da calor,
a la mujer que es amor
y emblema en la tierra mía;
yo le canto a la alegría
que sepulta los pesares,
y le canto a los cantares
de Del Campo y Marín Fierro,
que están repletos, sin yerro,
de enseñanzas ejemplares.

Al lazo también le canto;
boleadoras, maneas y fiadores,
prendas que se usaron tanto;
y aquí al facón lo agiganto
porque supo relucir,
y, como las veo morir
del olvido en las contiendas,
le canto a las gauchas prendas
de ensillar y de vestir.

Le canto aquí a la carreta;
la galera de viajar
y al carruaje secular
que hoy mi recuerdo respeta;
al ñandú, la martineta;
y ahogado de tradición
le canto en esta ocasión
al palenque, al atador,
y del nudo potreador
no debe hacer exclusión.

En fin, le canto al jagüel,
y al corral de palo a pique,
que aún está como un cacique
pero sin la tribu de él;
yo le canto al tiempo aquel
más nuestro y más verdadero,
le canto al rancho de alero,
la enramada y al fogón,
por donde la tradición
se ha paseado un siglo entero.

Y ahora sería de esperar
que nuevas generaciones
investiguen tradiciones
y las quieran cultivar;
porque no por renovar
se debe de permitir
pisotear hasta extinguir
cosas que han sido sagradas,
para que otras no deseadas
las vengan a sustituir.

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