viernes, 19 de mayo de 2017

Martín Fierro (Meditado)




1
Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.

Desde el verso primero de su canto proclama
Martín Fierro su misión: cantar.

Pero no cantar como cantan los cantores de oficio,
los que cantan para ganar dinero o para ver
sus nombres pintados en carteles de colores
y brillando en letreros de luces.

Para Fierro el canto no es oficio sino misión, no
es una profesión circunstancial sino una
vocación con dimensión de inmortalidad;
cantar es su ser mismo. Ha venido a este
mundo para ser canto. Su partitura está escrita
no en un papel sino en su alma. Y la
esencia de su canto es el dolor, inmenso
como su cielo y ancho como su pampa,
por la muerte de su raza. Fierro siente que
en la voz de su canto el gaucho muere para
siempre, y pulsa su guitarra para cantar su
réquiem.

Pero Fierro se equivoca. El gaucho no
muere con él; al contrario, precisamente
gracias a su canto el gaucho sobrevive a
su muerte y despliega su ser en las anchuras
de la inmortalidad que vence al tiempo.
Ha muerto el chiripá, sin duda, lo mismo
que la bota de potro y el facón, la pampa
sin alambres y sus pajonales sin huellas;
pero el alma del gaucho es inmortal, y desde
esa inmortalidad canta Martín Fierro la
canción esencial de los argentinos para
anunciar a los hombres y a los tiempos
el triunfo perdurable del espíritu sobre las
materialidades que perecen, de la grandeza
moral sobre la mediocridad, a partir del
misterio profundo del dolor.

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2
Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento:
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.

Todo acontecimiento tiene una cara exterior
que se puede contar en la transparencia
de su obviedad y un rostro interior que se
descubre en la penumbra de su misterio
que se revela en canto.
En unos hombres prevalece el sentido práctico y concreto
de las cosas, y en otros todo lo domina el
sentido poético y alado de la vida. Este es
el primer rasgo del espíritu de los hombres
más hondamente humanos, los que viven
para algo más que la utilidad, el interés y la
conveniencia.
Martín Fierro abre sus labios y pulsa su guitarra
para hablar no como lo hará Vizcacha,
de hormigas astutas, de burros comilones,
de perros flacos o de cerdos gordos, sino
para cantar las profundidades y las trascendencias
de la vida.
Reverso del burdo y cruel pancismo de otros hombres y otros
pueblos, Martín Fierro es pensamiento que
sube a las alturas y penetra las honduras
de la esencia humana. Es vuelo del espíritu
que descubre la luz oculta en el misterio sin
destruir el misterio, a diferencia del científico
y del técnico que destruyen el misterio
para robarle su secreto y aprovechar su utilidad.
Es poeta que llega a los repliegues
más hondos del dolor para traspasar el velo
que esconde su sentido luminoso. Como
un poeta posterior de tangos orilleros, también
Martín Fierro puede decir “soy viajero
del dolor”. Y descubrir y revelar el misterio
del sufrimiento es tal vez la más grande
poesía de este mundo signado por la cruz,
en la cual - y en la cual solamente - se encuentra
el hombre con la verdad profunda de sí mismo.
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3
Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista 
en una ocasión tan ruda.

¿Quién dijo que creer en Dios es cosa de
mujeres? – Martín Fierro cree en Dios, y hay
que andar muchas leguas para encontrar
otro varón de su estatura..
¿Será, entonces, creer cosa de ignorantes?
¿Y quién dijo que Martín Fierro es ignorante?
Una cosa es que no tenga estudio y
que en su rancho no haya biblioteca; pero
otra muy distinta es que no tenga ciencia y
que no habiten ideas bajo su chambergo.
Además - como él mismo lo dirá a sus hijos
- la verdadera ciencia no está en saber
muchas cosas sino en saber las que valen
la pena.
Y Fierro es más que sabio en estas cosas.
No ha recorrido pampas en vano ni en vano
lo han quemado soles; muchas cosas ha
aprendido contemplando las estrellas en
las noches tranquilas o galopando bajo el
azote de vientos y de lluvias. Con la lentitud
serena de la llovizna fina, Fierro ha sentido
su corazón llenarse poco a poco con la presencia
de un Dios que lo saluda desde las
estrellas lejanas lo mismo que desde cada
mata de pasto.
Fierro no cree en Dios por dulzona piedad
feminoide, ni por obtusa ignorancia; Fierro
cree porque ha sabido leer un mensaje infinito
en el azul del cielo, en el verde de la
pampa, en el misterio profundo del dolor
y de la vida: una palabra honda, sencilla
y ancha que se revela a los que como ella
son de corazón ancho, sencillo y profundo.
Que hay un Dios que todo lo llena con su
presencia, que está muy por encima de nosotros
y a la vez muy adentro de nosotros, y
que sin despegársenos nunca, galopa junto
a cada hombre a lo largo de su vida, en
las buenas y en las malas, aunque no se lo
atienda, aunque no se lo escuche, aunque
se lo tenga olvidado, y hasta cuando de dolor
o de rabia lo mandamos al...caracho!
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4
Yo he visto muchos cantores
con famas bien otenidas, 
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar.
Parece que sin largar 
se cansaron en partidas.

Hay en estos versos una burla, una burla
donosa y viril e inteligente. Como que se
burla Fierro de los que se gastan en aprontes
y nunca acaban cosa alguna; los de
boca grande pero de corazón chico; los
mariposones que carecen de firmeza de
hombres; los que después de ganar el tramo
fácil se echan atrás en el difícil.
Pero también hay aquí otra sabia lección de
madurez humana. La vida no se hace con
bravatas ni entusiasmos pasajeros y ruidosos,
sino con tenacidad y trabajo callados y
constantes. El hombre que transita este camino
de silencio y de constancia no se deslumbra
con los alardes de los que se van en
aprontes ni lo asustan las fintas de los que
no pasan de escarceos. Ha doblado muchos
codos de la vida, y está ya de vuelta
de todo lo que no es esencia ni sustancia.
Y junto a la lección profunda de madurez y
de experiencia, hay también aquí una cálida
lección de juventud y de audacia, un
desafío al espíritu enervado y comodón, un
guante arrojado a la cara de los que, una
vez que llegan, ya no quieren arriesgar. La
vida es riesgo, no sólo en los días calientes
de los años mozos sino siempre, hasta el
último latido. La vida no es una ruleta rusa,
pero tampoco es una póliza; es riesgo calculado

y cálculo con riesgo, para una gran aventura.
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5
Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.

No es difícil encontrar hombres corajudos,
y aquel que sepa buscar hallará hombres
prudentes; pero cosa difícil, aun para el
rastreador más baqueano, es dar con la
huella del hombre valiente y a la vez cauto,
porque, como gato y perro, son cosas que
rara vez se las ve juntas. Los hombres de
coraje son muchas veces ciegos, y los que
de lejos avizoran el peligro no siempre tienen
coraje. Por eso es cosa para apearse
cuando se encuentra al hombre de coraje y
de prudencia juntos.
Y así es Martín Fierro: nada lo hace recular,
pero tampoco se va de boca al peligro; es
medido en el valor y valiente en la mesura;
con un fondo de espesa confianza en
sí mismo, confianza que alguna vez lo impulsará
a incautas bravatas y alguna otra
disimulará con cautela, pero que jamás lo
abandona porque es una sola cosa con él
mismo.
Y Martín Fierro no confía en sí mismo por
soberbia o petulancia, ni por ignorancia o
estulticia, sino porque se conoce: sabe
exactamente donde puede empezar la carrera
y donde tiene que marcar la raya del
final. Y esa ciencia le viene no de libros ni
de escuelas – porque no los tuvo – sino de

haber pasado muchas horas a solas con él mismo.
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6
Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar
y cantando he de llegar 
al pie del Eterno Padre;
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.

Martín Fierro es canto que anda,
más que por elección suya por un
impulso vital que le viene desde que
su corazón palpita, desde antes que su
lengua hablara; fuerza que lo entregó
al mundo para ser palabra, y que lo
elevará en el viento hasta el trono de
Dios, donde brilla la luz de la eterna
poesía.

Martín Fierro no templa la guitarra
“por sólo el gusto de hablar”, sino para
cumplir un destino, para cantar “males
que conocen todos pero que nadie
cantó”, y “no para mal de ninguno sino
para bien de todos”.

Misión tan grande no se le confía sino
a un elegido, a un predestinado que
cantará no por ocurrencia sino por
deber sagrado. Este es el signo de la
predestinación: hacer lo que hay que
hacer no por gusto y por antojo sino
por deber y vocación, no por mero
oficio sino por misión, hasta el supremo
sacrificio de si mismos si fuere
menester. Y esto es también lo que hace
grandes a los hombres y a los pueblos.

Nadie está en el mundo porque sí, pero
pocos son los que saben para qué están
en el mundo. Estos son los que alcanzan
la grandeza cuando además de saber
para qué viven, viven para hacerlo.
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7
Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra;
el cantar mi gloria labra
y, poniéndome a cantar,
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.

Ciertamente es cosa buena no achicarse
el cuerpo ni encogerse el alma aunque
vengan degollando, sino pegarle
adelante sin frenar, o mantenerse firme
sin retroceder ni ladearse.
Pero tampoco es bueno exagerar la
nota, y por pasarse de guapo acabar
mal por imprudente. Veces hay en la
vida en que es bueno hacerse a un
lado y darles paso a los otros. Cada
cosa tiene su hora y cada hombre su
momento. El valor no se muestra a
ciegas sino a ojos bien abiertos. El
coraje ha de mostrarse cuando llega la
hora; nunca antes, ni tampoco después.
Es cuando ese momento llega que hay
que juntar guapeza y fuerza para hacer
pie firme y no salirse del puesto en que
le toca a uno estar.
Y tal vez éste sea el caso de Martín
Fierro. Él no canta por cantar sino
porque cantar es su camino. No es
por dárselas de guapo ni por ser
gaucho porfiado que proclama su
inquebrantable voluntad de cantar
aunque la tierra se abra, sino porque
su canto es algo a lo que no puede
renunciar sin dejar de ser él mismo.
Pues aunque parezca a veces hacer
alarde de león, y otras escurrirse con
las astucias de un zorro, él sabe que un
hombre ha de ser siempre el mismo en
el fondo de lo que es.
En esto se diferencia la vida del teatro:
en el teatro se cambia de maquillaje y
de vestido para representar personajes
diferentes; en la vida sólo se ha de
cambiar vestido y maquillaje para,
según las circunstancias, presentarse

mejor uno mismo.
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8
Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento;
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega allí mi pensamiento.

¡Con oros, copas y bastos! Bella manera
de expresar el completo despliegue
de la inteligencia y el pleno dominio
del arte de cantar, no sin una pizca de
vanidad y de inmodestia.
Pero esta vanidad es, en el fondo, la
espontánea expresión de un espíritu
sincero, hermana de la honestidad
con que Fierro mostrará también
sus defectos, sin disfraces ni tapujos,
cuando la ocasión lo pida. Esta
fundamental sinceridad es lo que en
definitiva importa: los hombres no son
buenos porque callen sus virtudes, sino
porque las tienen; ni son malos porque
tengan defectos, sino cuando no los
reconocen.
Y así es Fierro: hombre entero y
derecho de punta a punta, que acepta
sus deficiencias y no oculta sus méritos.
Por cierto no es éste el ideal. El perfecto
modelo de hombre, en esta perspectiva,
es el que no tiene defectos que ocultar y
calla las virtudes que posee. Pero Fierro
no es un ser ideal bajado de las nubes,
sino un hombre real, de carne y hueso,
amasado con tierra de pampa y azotado
por todos los soles, lluvias y vientos.
Pero no hay en Fierro maldad tortuosa
ni enroscada: si alguna vez es malo
será malo como el león, jamás como la
serpiente.
¡Feliz el hombre que así puede andar
a rostro descubierto por la calle sin
temer mostrar lunares, porque le sobra

pecho!
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9
Yo no soy cantor letrao,
mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando:
las coplas me van brotando
como agua de manantial.

Hay en la vida dos maneras de
aprender: una es leer, la otra es vivir.
Martín Fierro confiesa que él no canta
cosas que ha leído y que sus coplas
no le vienen de otros sino que de
adentro se le salen vivas como agua de
vertiente. Y lo dice sin reservas y sin
eso que ahora llaman complejos.
Es que Fierro sabe demasiado bien
que los libros nada dicen a los que
no tienen nada que decir, y que lo que
importa y lo que vale es la propia voz
y la palabra propia. Por la voz propia
cada uno es quien es y propia palabra
debe ser la entrega que cada hombre
hace a los hombres. Los que de otras
voces son eco y de otras palabras copia
no son nadie, sino solamente copia y
eco; nada tienen para saber qué son y
nada tienen para dar al mundo.
En cambio, los que de las alforjas de
sus propias vidas sacan cosas para dar
y en lo profundo de una conciencia
sana las lavan y las limpian, esos son
los que pasan por el mundo como
sembradores de semilla buena, que
extraen de su íntima riqueza como de
un tesoro acumulado a través de penas
y de llantos, de esperanzas, temores y
alegrías.
La palabra de cada hombre es el signo
de lo que cada uno es. El que vive tan
sólo de palabras leídas y no tiene voz
propia es hombre postizo y calcado,
que vive de lo que le prestan o de lo que
roba. Solamente es él mismo aquel que,
con oído atento a todas las voces, vive
del pan amasado con su propia harina.
Su voz y su palabra no son aguas
muertas sino aguas vivas, que brotan
de su boca y de su alma cual ofrenda de

vida para el mundo.
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10
Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman;
naides me pone el pie encima,
y, cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona.

La prima y la bordona: las dos puntas
del encordado. Gemir y llorar: dos
colores de la misma emoción. Dos
bocas que pronuncian una misma
palabra, dos lenguas que tienen una
sola voz.
Maestría o milagro, o un poco de las
dos cosas, es esta virtud de Fierro
para hacer converger en un solo
camino cosas que por sí mismas tiran
desparejo. Es el arte del concierto y la
armonía, un arte que mucho necesita el
mundo, y que muchísimo escasea. Por
eso valen tanto los pocos hombres que
cultivan esta ciencia y que poseen este
arte de conjugar y de unir. Con ellos la
historia avanza y la Humanidad crece;
sin ellos la Humanidad se debilita y se
desintegra, y la historia de los hombres
se estanca o se extravía.
Pero la Humanidad pocas veces
entiende a los grandes hombres que le
enseñan el camino de la comunión y de
la solidaridad. Talvez sea por eso que
sólo muy de tanto en tanto los hombres
comprenden que toda su historia no es
mas que una larga noche de querellas
que avanza penosamente hacia una
aurora de paz definitiva y de completa
unión.
Martín Fierro no sabía mucha historia;
pero el pulsar sentido y hondo de
su guitarra le enseñó que todas las
cuerdas tienen que cantar como si
fueran una, para que brote de ellas una
armonía sin disonancias, en que todas
las voces en conjugado coro canten una

misma canción.
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11
Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar,
salgan otros a cantar
y veremos quién es menos.

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